Jesucristo – su vida y enseñanzas
EL DÍA MÁS OBSCURO DEL MUNDO

Historia 36 – Mateo 27:31-66; Marcos 15:20-47; Lucas 23:26-56; Juan 29:16-42
El gobernador romano, Poncio Pilato ordenó que Jesús muriera en la cruz. Los soldados romanos lo golpearon brutalmente y después lo llevaron a su lugar de muerte, un lugar llamado Gólgota, que en el idioma de los judíos significa, Calvario; y en el de los romanos ambas palabras significan, Lugar de la Calavera.

Una multitud los acompañaba: algunos que eran los enemigos de Jesús se alegraban al verlo sufrir; otros eran sus amigos; y las mujeres que lo habían ayudado, las cuales lloraban al verlo cubierto de sangre rumbo a la muerte. Entonces Jesús se dio la vuelta y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Pues vienen días cuando tendrán como dichosas a las mujeres que no tienen hijos para no verlos morir. Cuando todos supliquen a los montes que caigan sobre ellos y a las colinas que los entierren para esconderlos de sus enemigos”.

Habían forzado a Jesús que cargara su propia cruz, pero de tantos latigazos y golpes severos que había recibido estaba muy débil para cargarla. Así que los soldados obligaron a Simón, un  hombre que llegaba de fueras, a que llevara la cruz al lugar de la Calavera. Era la costumbre judía para los que morirían en la cruz, de darles medicina para adormecerlos y así que no sufrieran tanto. Le ofrecieron esto a Jesús, pero cuando lo probó y supo lo que era, lo rechazó. Él sabía que iba a morir y quería tener la mente clara para entender lo que estaba ocurriendo aunque pasaría por un sufrimiento insoportable.

En el Lugar de la Calavera o Calvario, pusieron la cruz en el suelo, y allí acostaron a Jesús. Le clavaron las manos y pies para sujetarlo a la cruz; luego la levantaron con Jesús en ella. Los soldados estaban realizando este hecho tan cruel y aún así Jesús oró al Padre por ellos: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Después los soldados tomaron su ropa que había usado y empezaron a repartírsela entre ellos. Cuando encontraron su túnica, la cual no tenía costura y había sido tejida de arriba a abajo en una sola pieza, dijeron: “No lo rasguen, vamos a tirar los dados para ver a quién le toca”. Y al pie de la cruz se repartieron entre ellos las vestimentas y tiraron los dados por la ropa de Cristo.

Llevaron a otros dos, ambos criminales, para ser ejecutados con Jesús. Uno a su derecha y otro a su izquierda. Y para que la gente supiera que Jesús era el peor de todos, lo pusieron en medio. Encima de su cabeza, por orden de Pilato, colocaron un letrero que decía: “ESTE ES JESÚS DE NAZARET, EL REY DE LOS JUDÍOS”. Estaba escrito en tres idiomas: en hebreo - el cual era el idioma de los judíos; en latín - el idioma de los romanos; y en griego - el idioma que, en esos tiempos, la mayoría de la gente podía leer en todo el mundo. Muchos leyeron el letrero; incluyendo el sumo sacerdote, el cual se molestó por ello. Y le pidió a Pilato que cambiara lo que decía el letrero. En vez de decir: “El Rey de los judíos”, que dijera: “El que dijo: - Yo soy el Rey de los judíos”. Pero Pilato no quiso cambiarlo, dijo: “Lo hecho, hecho está”.

La agente que pasaba por allí gritaba insultos y movía la cabeza en forma burlona. Le gritaban: “Dijiste que ibas a destruir el templo y a reconstruirlo en tres días. ¡Muy bien, si de verdad eres el Hijo de Dios, sálvate a ti mismo y bájate de la cruz!”. Los principales sacerdotes y los maestros de la ley se burlaban de Jesús: “Salvó a otros, ¡pero no puede salvarse a sí mismo! Baja de la cruz para que podamos verlo y creerte”. Y uno de los criminales colgados junto a él se burló: “¿Así que eres el Mesías? Demuéstralo salvándote a ti mismo, ¡y a nosotros también!”. Pero el otro criminal protestó: “¿Ni siquiera temes a Dios ahora que estás condenado a muerte? Nosotros merecemos morir por nuestros crímenes, pero este hombre no ha hecho nada malo”. Luego dijo: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. Y Jesús respondió: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Estaban de pie junto a la cruz la madre de Jesús llena de sufrimiento y junto de ella estaba Juan, el discípulo que Jesús amaba más; la hermana de su madre; María la esposa de Cleofas y María Magdalena, a la cual Jesús había librado de un espíritu maligno un año antes. Antes de que Jesús partiera, quería dejar a su madre bajo el cuidado de Juan, y cuando Jesús vio a su madre al lado de Juan, le dijo: “Apreciada mujer, ahí tienes a tu hijo”. Y a Juan le dijo: “Ahí tienes a tu madre”. Y, a partir de ese momento, Juan la cuidó como a su propia madre.

Ya era alrededor del mediodía, y la tierra se llenó de oscuridad que duró por tres horas. Y a media tarde cuando Jesús había estado por seis horas agonizando en la cruz con un sufrimiento inaguantable, gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. (Con estas mismas palabras comienza uno de los salmos, en el que se escribió mucho de lo que Cristo sufriría). Después de esto Jesús habló nuevamente: “Tengo sed”. Y mojaron una esponja con vinagre, la pusieron en una rama y la acercaron a los labios de Jesús. Después gritó sus últimas palabras en la cruz: “¡Todo ha terminado! Padre, ¡encomiendo mi espíritu en tus manos!” Y con estas palabras dio su último suspiro.

En ese momento, la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Y el oficial romano quien estaba a cargo de los otros soldados, vio la muerte de Cristo y todo lo que había sucedido, y dijo: “¡Este hombre era verdaderamente el Hijo de Dios!”. Después que Jesús hubiera muerto, uno de los soldados quería asegurarse que de verdad estaba muerto, así que le atravesó su lanza en el costado del cuerpo sin vida, y de inmediato le brotó agua y sangre.

Hasta entre los líderes judíos había algunos que eran amigos de Jesús; aunque no se atrevían a seguirlo abiertamente. Uno de ellos era Nicodemo, el líder que fue a ver a Jesús a media noche. Otro era un hombre rico llamado José que había venido de Arimatea. José de Arimatea fue valientemente a Pilato para pedirle permiso de bajar el cuerpo de Jesús. Pilato no sabía si Jesús ya había muerto tan pronto, ya que algunos se quedaban vivos en la cruz por dos o tres días. Pero cuando supo que ya había muerto, le dio el cuerpo a José. Luego José y sus amigos fueron a buscar el cuerpo y se lo llevaron envuelto en un largo lienzo de lino. Nicodemo trajo especias aromáticas, mirra y áloe para untárselas al cuerpo. Después colocaron el cuerpo de Jesús en una tumba nueva que había sido tallada en la roca que le pertenecía a José, estaba cerca del lugar de la crucifixión. A la entrada de la tumba rodaron una piedra para cubrirla.

Y María Magdalena y la otra María junto con otras mujeres, veían la tumba y cómo metían el cuerpo de Jesús en ella. Al día siguiente, los dirigentes judíos fueron a ver a Pilato. Le dijeron: “Señor, recordamos lo que dijo una vez el mentiroso de Jesús de Nazaret cuando todavía estaba con vida: - Luego de tres días resucitaré de los muertos -. Por lo tanto le pedimos que selle la tumba hasta el tercer día. Eso impedirá que sus discípulos vayan y roben el cuerpo, y luego digan a todo el mundo que él resucitó de los muertos. Si eso sucede, estaremos peor que al principio”.

Y Pilato respondió: “Tomen guardias y aseguren la tumba lo mejor que puedan”. Entonces ellos sellaron la tumba y pusieron guardias para que la protegieran. Y allí en la tumba, estaba el cuerpo de Jesús en la noche del viernes, día de su muerte en la cruz, hasta el domingo por la mañana, el primer día de la semana.