Jesucristo – su vida y enseñanzas
LÁZARO RESUCITA

Historia 26 – Juan 11:1-55
Jesús estaba en Betabara más allá del Jordán y se preparaba para ir a predicar a la gente de Perea. Cuando de repente lo mandaron a llamar de la aldea de Betania en el monte de los Olivos cerca de Jerusalén. Si recuerdas los amigos de Jesús, Marta, María y Lázaro vivían en esa aldea.

Le informaron a Jesús que Lázaro estaba muy grave. Jesús, sin embargo, no tuvo prisa de ir a Betania. Se quedó dos días más y les dijo a sus discípulos: “Volvamos a Judea”. Los discípulos le dijeron: “Maestro, la última vez que estábamos en Judea, la gente trató de apedrearte. ¿Irás de nuevo allí?” Jesús contestó: “Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero ahora iré a despertarlo”. Sus discípulos le dijeron: “Señor, si se ha dormido, ¡pronto se pondrá mejor!” Ellos pensaron que Jesús había querido decir que Lázaro solo estaba dormido, pero Jesús se refería a que Lázaro había muerto. Jesús les dijo: “Lázaro está muerto. Y, por el bien de ustedes, me alegro de no haber estado allí, porque ahora ustedes van a creer de verdad. Vamos a verlo”. Luego, uno de sus discípulos llamado, Tomás le dijo a los demás: “Vamos nosotros también y moriremos con nuestro Maestro”.

Así que Jesús y sus discípulos salieron de esa ciudad rumbo a Betania. Ahí le dijeron que Lázaro ya llevaba cuatro días en la tumba. Muchos de los judíos habían ido a consolar a Marta y a María en la pérdida de su hermano. Cuando Marta se enteró de que Jesús estaba por llegar, salió a su encuentro, pero María se quedó en la casa. Marta le dijo a Jesús: “Señor, si tan solo hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto, pero aun ahora, yo sé que Dios te dará todo lo que le pidas”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. “Es cierto, resucitará cuando resuciten todos, en el día final”, dijo ella.

Pero Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá aun después de haber muerto. Todo el que vive en mí y cree en mí jamás morirá. ¿Lo crees, Marta?” Ella le contestó: “Sí, Señor. Siempre he creído que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que ha venido de Dios al mundo”. Luego Marta regresó adonde estaba María y los que se lamentaban. La llamó aparte para que nadie la oyera, y le dijo: “El Maestro está aquí y quiere verte”. Entonces María salió enseguida a su encuentro.

Jesús aún estaba afuera de la aldea, en el lugar donde se había encontrado con Marta. Cuando los que estaban en la casa consolando a María la vieron salir con tanta prisa, creyeron que iba a la tumba de su hermano y la siguieron. Cuando María llegó y vio a Jesús, cayó a sus pies y dijo: “Señor, si tan solo hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Cuando la vio llorando y vio que los demás judíos se lamentaban con ella, se enojó en su interior y se conmovió profundamente; y les preguntó: “¿Dónde lo pusieron?” Y le enseñaron dónde era que lo habían enterrado, en una cueva con una roca tapando la entrada. Entonces Jesús lloró al ver la tumba, y los judíos decían: “¡Miren cuánto lo amaba!” Pero otros decían: “Este hombre sanó a un ciego. ¿Acaso no podía impedir que su amado amigo Lázaro muriera?”

Jesús todavía estaba enojado cuando estaba parado afuera de la cueva. Y luego dijo: “Corran la piedra a un dado”. Marta protestó: “Señor, hace cuatro días que murió. Debe haber un olor espantoso”. Jesús le respondió: “¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios?” Y rodaron la piedra como Jesús lo había dicho. Luego miró al cielo y dijo: “Padre, gracias por haberme oído. Tú siempre me oyes, pero lo digo en voz alta por el bien de toda esta gente que está aquí, para que crean que tú me enviaste”.

Entonces Jesús gritó: “¡Lázaro, sal de ahí!” ¡Y el muerto salió de la tumba después de haber estado allí por cuatro días!, con las manos y los pies envueltos con vendas de entierro y la cabeza enrollada en un lienzo. Jesús les dijo: “¡Quítenle las vendas y déjenlo ir!” Al ver cómo Jesús lo resucitó de los muertos con su maravilloso poder, muchos que estaban allí creyeron en Jesús; pero otros fueron a ver a los fariseos para contarles lo que Jesús había hecho. Entonces, los principales sacerdotes y los fariseos convocaron al Concilio Supremo. “¿Qué vamos a hacer? Sin duda, ese hombre realiza muchas señales milagrosas. Si lo dejamos seguir así, dentro de poco todos van a creer en él. Entonces, el ejército romano vendrá y destruirá tanto nuestro templo como nuestra nación”.

Caifás, quien era el sumo sacerdote en aquel tiempo, dijo: “¡No saben de qué están hablando! No se dan cuenta de que es mejor para ustedes que muera un solo hombre por el pueblo, y no que la nación entera sea destruida”. Y en eso acordaron. Así que a partir de ese momento, los líderes judíos comenzaron a conspirar para matar a Jesús. Pero Jesús conocía sus intenciones, ya que sabía todas las cosas. Aún no era su tiempo para morir; y se fue con sus discípulos a una ciudad en el desierto cerca de Betabara, de donde había llegado. De ahí empezó a predicar en la tierra de Perea, donde mandó a setenta discípulos en nuestra historia anterior.