Jesucristo – su vida y enseñanzas
JESÚS EN EL DESIERTO Y JUNTO AL RÍO

Historia 6 – Mateo 4:1-11; Marcos 1:12,13; Lucas 4:1-13; Juan 1:29-51
Desde los primeros años de Jesús, el Espíritu Santo de Dios había estado con él a como crecía. En el momento que fue bautizado y cómo el Espíritu se postró en él en forma de una paloma, Jesús fue lleno del Espíritu Santo como nunca otro más lo había sido, ya que él era el Hijo de Dios. En ese momento se dio cuenta más que nunca del trabajo que tenía que hacer para salvar a la humanidad. El Espíritu de Dios lo mandó al desierto para que tuviera comunión con Dios y para que se le revelara el trabajo de él hacia el hombre.

Tan fervoroso era el pensamiento de Jesús en el desierto y tan fuerte era su unión con Dios, que por cuarenta días ayunó, no quiso comer nada. Al final de los cuarenta días, tuvo hambre y cayó a punto de desmayar, (como cualquiera se hubiese sentido después de no probar bocado por cuarenta días). En ese momento, el diablo se acercó a Jesús, así como se acerca a nosotros, y le puso una idea en su cabeza: “Si eres el Hijo de Dios, tú puedes hacer lo que mejor te parezca, tener todo lo que desees. ¿Por qué no les ordenas a estas piedras que se conviertan en pan para que comas?” Jesús sabía que podía hacer esto, pero también sabía que el poder que tenía se le había sido otorgado, no para su propio beneficio, sino para el de otros. Entonces le dijo al diablo: “Está escrito: – No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa e hizo que se pusiera de pie sobre la parte más alta del templo, y le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, tírate abajo. Porque escrito está en el libro de los Salmos: – Ordenará que sus ángeles te sostengan en sus manos, para que no tropieces con piedra alguna. – Pero Jesús sabía que eso no era lo correcto, ya que esto no complacería a Dios, sino que sería para demostrar el poder de Dios que él no había ordenado. Y le contestó: “También está escrito: – No pongas a prueba al Señor tu Dios. – De nuevo lo tentó el diablo, como lo hace con todos nosotros. Lo llevó a una montaña muy alta, y le mostró todos los reinos del mundo y su esplendor, y le dijo: “Todo esto te daré si te postras y me adoras”. Finalmente, Jesús le dijo: “¡Vete, Satanás! Porque está escrito: – Adora al Señor tu Dios y sírvele solamente a él –. Cuando el diablo se dio cuenta que Jesús no le hacía caso, lo dejó, y unos ángeles de Dios acudieron a servirle, le dieron comida y lo que necesitaba.

Después de esta victoria sobre el diablo, Jesús se fue del desierto al río Jordán donde se había bautizado; estaba cerca de una ciudad que llamaban Betania, lo que significa, “lugar para cruzar”, porque era un lugar en el río que estaba poco profundo donde la gente podía cruzar el río. La ciudad también se llamaba, “Betania más allá del Jordán”. De esa manera no confundían a otra ciudad con el mismo nombre en el Monte de los Olivos, que estaba muy cerca de Jerusalén.

Allí, Juan el Bautista vio a Jesús que se acercaba a él, y dijo: “¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! De éste hablaba yo cuando dije: “Después de mi viene un hombre que es superior a mí. Este es el Hijo de Dios”. Al siguiente día, Juan el Bautista de nuevo estaba con dos de sus seguidores; eran pescadores del mar de Galilea que habían venido a oír a Juan. Al ver a Jesús que pasaba por ahí, dijo: “¡He aquí el Cordero de Dios!”

Cuando los dos seguidores le oyeron decir esto, siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscaban?” Ellos le dijeron: “Maestro, ¿dónde se está hospedando?, queremos platicar con usted. Y Jesús les contestó: “Vengan a ver”. Fueron con Jesús, y aquel mismo día se quedaron con él. Eran como las diez de la mañana cuando lo vieron por primera vez. Y cuando estos dos muchachos se fueron después de haber platicado con Jesús, creyeron que Jesús era el Salvador y el Rey de Israel.

Estos hombres, Andrés y Juan, fueron los primeros, (después de Juan el Bautista), en creer en Jesús. Estos hombres tenían hermanos y querían compartir a Jesús con ellos. El hermano de Andrés se llamaba Simón, y el hermano de Juan era Santiago. Los cuatro eran pescadores y trabajaban juntos en el mar de Galilea. Andrés encontró a su hermano y le dijo: “Hemos encontrado al Ungido, el Cristo que será el rey de Israel”. Luego lo llevó a Jesús, quien mirándolo fijamente y sin que le dijeran su nombre, le dijo: “Tú eres Simón el hijo de Juan, pero te daré otro nombre. Te llamarás Cefas”. En el idioma hebreo de los judíos, el nombre es Cefas; pero en griego es, “Pedro”, el idioma en que el Nuevo Testamento fue escrito. Y de allí en adelante, a Simón se le conoció como Simón Pedro.

Así que por el momento, Jesús tenía tres seguidores: Andrés, Juan y Simón Pedro. Al siguiente día, Jesús decidió salir hacia Galilea, la cual era su hogar, se encontró con Felipe que también era de Galilea, y lo llamó: “Sígueme”. Y Felipe lo siguió, y fue el cuarto de sus seguidores. Felipe se encontró con su amigo Natanael que era de Caná, un lugar en Galilea, y le dijo: “Hemos encontrado a Jesús de Nazaret, el hijo de José, aquel de quien escribió Moisés en la ley, y de quien escribieron los profetas”. Natanael vivía no muy lejos de Nazaret; él no podía creer que de un lugar como Nazaret, alguien tan grande como el Cristo podría salir, al cual los judíos consideraban como su rey. Y por eso, Natanael replicó: “¿Acaso de allí puede salir algo bueno?”

Felipe sabía que si tan sólo Natanael pudiera conocer a Jesús y escuchar sus palabras, también creería en él como el resto de ellos. Y le dijo a Natanael: “Ven a ver por ti mismo”. Cuando Jesús vio que Natanael se le acercaba, comentó: “Aquí tienen a un verdadero israelita, en quien no hay falsedad”. Natanael se sorprendió y le preguntó a Jesús: “Maestro, ¿de dónde me conoces?” Jesús le dijo: “Antes de que Felipe te llamara, cuando aún estabas bajo la higuera, yo te había visto”. Ante esto, Natanael se maravilló aún más porque sabía que no había manera que cualquier hombre supiera esto; y declaró: “Maestro, ¡tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel!

Jesús le dijo: “¿Lo crees porque te dije que te vi cuando estabas debajo de la higuera? ¡Vas a ver aún cosas más grandes que éstas! Ciertamente les aseguro que ustedes verán abrirse el cielo, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo de Dios”. Jesús tenía cinco seguidores; y a estos hombres que caminaban con él y oían sus palabras se les llamó, “discípulos”.