Historias de la Biblia hebrea
CÓMO EL MAR SE SECÓ Y DEL CIELO LLOVIÓ PAN

Historia 24 – Éxodo 14:1-16:36
Cuando los hijos de Israel salieron de Egipto, fueron rumbo a la tierra de Canaán. El camino más corto era por la orilla del Gran Mar hacia el suroeste de Canaán. En esta región vivían los filisteos, eran guerreros muy fuertes; y los israelitas habiendo estado bajo cautiverio por tantos años, no estaban equipados para pelear. La otra opción era de entrar a Canaán por el sudoeste, por el desierto del Monte Sinaí, donde Moisés había sido pastor por muchos años. Así que los israelitas guiados por la columna de nube y fuego se fueron al sudoeste directamente hacia el Mar Rojo, el cual estaba en medio del desierto. Pocos días después llegaron a las orillas del mar. El mar estaba en frente de ellos y las montañas a los lados.

Tan pronto como dejaron sus hogares en Egipto, el faraón se arrepintió por haberlos dejado libres y que ya no tenía quién le hiciera su trabajo. Dios le dijo a Moisés que acamparan entre el mar y Migdol para que el faraón pensara que los israelitas estaban perdidos y confundidos. El faraón llamó a todo su ejército, caballos, carros, jinetes y tropas para que salieran a perseguir a los israelitas. Cuando los israelitas se dieron cuenta que los egipcios estaban pisándoles los talones, sintieron mucho miedo y le reclamaron a Moisés: “¿Acaso no había sepulcros en Egipto, que nos sacaste de allá para morir en el desierto? ¡Mejor nos hubieras dejado servir a los egipcios que morir en el desierto!” Moisés les respondió: “No tengan miedo. Mantengan sus posiciones, que hoy mismo serán testigos de la salvación que el Señor les dará. A esos egipcios que hoy ven, ¡jamás volverán a verlos! Ustedes quédense quietos, que el Señor presentará batalla por ustedes”.

Esa noche la columna de fuego, la cual estaba en frente de los israelitas, se puso atrás de ellos en medio de su campamento y de los egipcios. Para los israelitas era muy brillante y deslumbrante con la gloria del Señor, pero para los egipcios era obscura, terrible y le tenían miedo. Durante toda la noche, un viento recio soplaba del este, soplaba con tal fuerza que el agua del mar se movía con fuerza. Cuando amaneció había un camino seco entre las aguas de lado a lado, el mar era para ellos una muralla de agua a la derecha y otra a la izquierda. Moisés les dijo que cruzaran el mar detrás de la columna que estaba al frente de ellos para guiarlos. Cruzaron el mar en tierra seca hasta llegar al otro lado del desierto. Dios sacó al pueblo de Egipto y los trajo a una tierra que nunca habían visto.

Cuando los egipcios vieron que los israelitas estaban marchando en medio del mar, los siguieron con sus caballos y sus carros. Pero Dios hizo que las ruedas de sus carros se atascaran, de modo que se les hacía difícil avanzar, entonces exclamaron: “¡Alejémonos de los israelitas, pues el Señor está peleando por ellos y contra nosotros!” Después las aguas se volvieron a su lugar y se cerraron cubriendo a jinetes, carros y a todo el ejército del faraón. Antes que esto pasara, los israelitas habían cruzado el mar y estaban a salvo en el otro lado del Mar Rojo. Allí, ellos veían los cadáveres del enemigo tendidos a las orillas del mar. Y al ver los israelitas el gran poder que el Señor había desplegado en contra de los egipcios, temieron al Señor y creyeron en él y en su siervo Moisés.

Moisés cantó un cántico de la gran victoria que Dios les había dado, y todos lo cantaron juntos. Decía algo así: “Cantaré al Señor, que se ha coronado de triunfo arrojando al mar caballos y jinetes. El Señor es mi fuerza y mi cántico; él es mi salvación”. (Todas las liras del cántico se encuentran en Éxodo 15).

El pueblo de Israel no estaba en una tierra que les diera ni grano, ni alimento ni agua, estaban en el gran desierto con montañas alrededor de ellos. Había algunos manantiales de agua pero estaban lejos de su alcance. Para el número tan grande de gente que era, no había suficiente agua para todos. Vieron agua a una distancia y corrieron a tomar porque tenían mucha sed, pero cuando llegaron al agua, estaba amarga y no pudieron tomarla. Clamaron a Moisés y Moisés clamó al Señor, y el Señor le mostró un pedazo de madera, el cual echó Moisés al agua, y al instante el agua se volvió dulce y la gente pudo tomarla. A ese lugar le llamaron “Mara”, que significa amargo, por el agua amarga que encontraron allí.

Después que pasaron Mara, los israelitas llegaron a un lugar más plácido donde había doce manantiales y setenta palmeras, y acamparon allí, cerca del agua y en la sombra. Poco después se encontraban otra vez en el desierto caliente entre las aguas de Elim y el Monte Sinaí, y nuevamente tuvieron problemas porque no tenían suficiente alimento para tanta gente. Moisés le suplicó a Dios, y Dios le dijo: “Voy a hacer que les llueva pan del cielo. El pueblo deberá salir todos los días a recoger su ración diaria”. A la mañana siguiente cuando la gente se asomó desde sus tiendas, vieron lo que parecía como copos de nieve. Nunca habían visto algo así y se preguntaban entre ellos: “¿Y esto qué es? Moisés les respondió: “Es el pan que el Señor les da para comer. Recoja cada uno de ustedes la cantidad que necesite para toda la familia por un día solamente, no recojan más porque se echará a perder; mañana el Señor les dará más”. Así lo hicieron lo israelitas, juntaron el maná y se lo comían horneado o hervido; tenía un sabor de obleas y miel. Hubo algunos que no le hicieron caso a Moisés y guardaron algo para el día siguiente, pero lo guardado se llenó de gusanos y comenzó a apestar. Esto les enseñó a confiar en Dios que él les daría el pan de cada día.

El maná que quedaba en el suelo no se echaba a perder, se derretía con el sol como la nieve se derrite cuando el sol le pega. Moisés les dijo: “En el sexto día recojan doble porción; porque el siguiente día es el sábado del Señor, día de reposo y no tendremos maná”. A la mañana siguiente hicieron como lo habían hecho antes; cuando fueron a recoger el maná había de más y lo guardaron para el siguiente día. El sábado, los que no habían guardado comida del día anterior, se quedaron sin comer porque no había maná en el día de descanso. Fue así como los israelitas descansaron en el día séptimo.

Por cuarenta años los israelitas vivieron en el desierto y Dios les dió maná todos los días. Cuando alcanzaron la frontera de Canaán fue cuando dejó de darles maná. ¿Recuerdas quién dijo años más tarde: “Yo soy el pan de vida, el que viene a mí nunca pasará hambre, el que en mí cree nunca más volverá a tener sed”?