El camino a casa
HABLANDO CON UN REY
Historia 17 – Hechos 25:1-26:32
Festo reemplazó a Félix como gobernador de Judea. ¿Recuerdas a Félix? Era el gobernador que dejó a Pablo encarcelado por mucho tiempo. Festo subió a Jerusalén de visita. Entonces los jefes de los sacerdotes y los dirigentes de los judíos presentaron sus acusaciones contra Pablo. Instantáneamente le pidieron a Festo que trasladara a Pablo para que se le hiciera el juicio. Lo cierto es que ellos estaban preparando una emboscada para matarlo en el camino de Cesarea a Jerusalén. Pero Festo les dijo: “Pablo está preso en Cesarea y yo mismo partiré en breve para allá. Que vayan conmigo algunos de los dirigentes de ustedes y formulen allí sus acusaciones contra él, si es que ha hecho algo malo.”
Cuando Festo bajó a Cesarea, al día siguiente convocó al tribunal y mandó que le trajeran a Pablo. Los judíos formularon contra él muchas acusaciones graves y cosas muy malas que Pablo había hecho pero no pudieron probar nada. Pablo se defendía: “No he cometido ninguna falta, ni contra le ley de los judíos ni contra el templo ni contra el emperador.” Pero Festo, queriendo congraciarse con los judíos, le preguntó: “¿Estás dispuesto a subir a Jerusalén para ser juzgado allí ante mí?” Pablo contestó: “Ya estoy ante el tribunal del emperador, que es donde se me debe juzgar. No les he hecho ningún agravio a los judíos, como usted sabe muy bien, nadie tiene el derecho de entregarme a ellos para complacerlos. ¡Apelo al emperador Cesar!” Festo declaró: “¡Al emperador irás!”
Así que Pablo fue llevado nuevamente a prisión en Cesarea hasta que fuera hora de llevarlo a Roma. Pasados algunos días, un dirigente judío llamado Agripa y su hermana Berenice, llegaron a Cesarea para saludar a Festo. Agripa era un rey que gobernaba la tierra este del río Jordán. En lo que visitaban con Festo, este les comentó acerca de Pablo. “Hay aquí un hombre que Félix dejó preso. Cuando fue a Jerusalén, los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos presentaron acusaciones contra él y exigieron que se le condenara. Les respondí que no es costumbre de los romanos entregar a ninguna persona sin antes concederle al acusado una confrontación con sus acusadores, y darle la oportunidad de defenderse de los cargos. Cuando acudieron a mí, mandé a traer a este hombre. Al levantarse para hablar, sus acusadores no alegaron en su contra ninguno de los delitos que yo había supuesto. Más bien, tenían contra él algunas cuestiones tocantes a su propia religión y sobre un tal Jesús, ya muerto, que Pablo sostiene que está vivo. Yo no sabía cómo investigar tales cuestiones, así que le pregunté si estaba dispuesto a ir a Jerusalén para ser juzgado allí con respecto a esos cargos. Pero como Pablo apeló para que el emperador Cesar le hiciera el juicio, ordené que quedara detenido hasta ser remitido a Roma.” Agripa le dijo a Festo: “A mí también me gustaría oír a este hombre.” –Pues mañana mismo lo oirá usted–, le contestó Festo.
Al día siguiente Agripa y Berenice se presentaron con gran pompa, y entraron en la sala de la audiencia acompañados por oficiales de alto rango y por las personalidades más distinguidas de la ciudad. Festo mandó que le trajeran a Pablo y después de algunas palabras, Agripa le dijo a Pablo que se defendiera. –Rey Agripa, para mí es un privilegio presentarme hoy ante usted para defenderme de acusaciones de los judíos, sobre todo porque usted está bien informado de todas las tradiciones y controversias de los judíos. Por eso le ruego que me escuche con paciencia. “Todos los judíos saben cómo he vivido desde que era niño, desde mi edad temprana entre mi gente y también en Jerusalén. Ellos me conocen dese hace tiempo y pueden atestiguar, si quieren, que viví guardando la ley con mucho cuidado. Y ahora me juzgan por la esperanza que tengo en la promesa que Dios hizo a nuestros antepasados. Esta es la promesa que nuestras doce tribus esperan ver dando culto a Dios con diligencia día y noche. Es por esta esperanza, oh rey, por lo que me acusan los judíos de hacer lo malo; porque yo creo que Jesucristo resucitó de los muertos para ser rey de Israel. ¿Por qué les parece a ustedes increíble que Dios resucite a los muertos?”
–Pues bien, yo mismo estaba convencido de que debía hacer todo lo posible por combatir el nombre de Jesús de Nazaret. Eso es precisamente lo que hice en Jerusalén. Con la autoridad de los jefes de los sacerdotes metí en la cárcel a muchos de los santos, y cuando los mataban, yo daba mi aprobación. Muchas veces anduve de sinagoga en sinagoga castigándolos para obligarlos a blasfemar el nombre de Jesús. Mi obsesión contra ellos me llevaba al extremo de perseguirlos incluso en ciudades del extranjero. En uno de esos viajes iba yo a Damasco con la autoridad y la comisión de los jefes de los sacerdotes. A eso del mediodía, oh rey, mientras iba por el camino, vi una luz del cielo, más brillante que el sol, que con su resplandor nos envolvió a mí y a mis acompañantes. Todos caímos al suelo, y yo oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Entonces pregunté: “¿Quién eres Señor?” –Yo soy a quien tú persigues, – me contestó el Señor. – Ahora, ponte en pie y escúchame. Me he aparecido a ti con el fin de hacerte siervo y testigo de lo que has visto de mí y de lo que te voy a revelar. Te libraré de tu propio pueblo y de los gentiles. Te envío a estos para que les abras lo ojos y se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, a fin de que, por la fe en mí, reciban el perdón de los pecados y la herencia entre los santificados.
–Así que, rey Agripa, no fui desobediente a esa visión celestial. Al contrario, comenzando con los que estaban en Damasco, siguiendo con los que estaban en Jerusalén y en toda Judea, y luego con los gentiles, a todos les prediqué que se arrepintieran y se convirtieran a Dios, y que demostraran su arrepentimiento con sus buenas obras. Sólo por eso los judíos me aprendieron en el templo y trataron de matarme. Pero Dios me ha ayudado hasta hoy, y así me mantengo firme, testificando a grandes y pequeños. No he dicho sino lo que los profetas y Moisés ya dijeron que sucedería: “que el Cristo padecería y que, siendo el primero en resucitar, proclamaría la luz a su propio pueblo y a los gentiles–. Al llegar Pablo a este punto de su defensa, Festo interrumpió: “¡Estás loco Pablo! –le gritó–. El mucho estudio te ha hecho perder la cabeza.” Festo siendo romano, no sabía de Jesús y que lo que Pablo decía era verdad. Así que Pablo le dijo: –No estoy loco, excelentísimo Festo. Lo que digo es cierto y sensato. El rey está familiarizado con estas cosas, y por eso hablo ante él con tanto atrevimiento. Estoy convencido de que nada de esto ignora, porque no sucedió en un rincón. Rey Agripa, ¿cree usted en los profetas? ¡A mí me consta que sí! “Un poco más y me convences a hacerme cristiano.” Le dijo Agripa.
Después Pablo dijo: “Sea por poco o por mucho, le pido a Dios que no sólo usted, sino también todos los que me están escuchando hoy, lleguen a ser como yo, aunque sin estas cadenas:” Se levantó el rey, y también el gobernador, Berenice y los que estaban sentados con ellos. Al retirarse, decían entre sí: “Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte ni la cárcel.” Y Agripa le dijo a Festo: “Se podría poner en libertad a este hombre si no hubiera apelado al emperador Cesar.”