El camino a casa
UNA CANCIÓN EN LA PRISIÓN

Historia 10 – Hechos 15:1-16:40
Después que Pablo y Bernabé llegaron a Antioquía con la noticia de que los gentiles se habían convertido al Señor, surgió una pregunta en la iglesia. Algunos de los judíos que eran muy estrictos decían: “Todos los gentiles que son creyentes deben de convertirse en judíos y deben guardar todas las leyes de la comida, festividades y las ofrendas.” Otros decían que las leyes eran solamente para los judíos y que los gentiles no tenían que vivir como judíos. Después de muchos debates, decidieron que Pablo, Bernabé y algunos de los creyentes, subieran a Jerusalén para tratar este asunto con los apóstoles y los ancianos de la iglesia. Escucharon la historia de Pablo y cómo Dios había convertido a los gentiles; los apóstoles, los ancianos y toda la iglesia en Jerusalén oraron para que Dios les diera sabiduría, y después enviaron un mensaje a los gentiles que eran creyentes: "En la vista de Dios tanto judíos como gentiles, son iguales y ambos han sido salvos por fe en Cristo. Los gentiles no están obligados a guardar las leyes como lo hacen los judíos." Los apóstoles mandaron a Pablo, Bernabé, Judas y Silas a que llevaran este mensaje a la iglesia en Antioquía. Al leer el mensaje, los gentiles creyentes se alegraron mucho, ya que los gentiles que creían en Cristo podrían servir al Señor sin tener que obedecer las leyes que hasta para los judíos era muy difícil de seguir.

Algún tiempo después, Pablo le dijo a Bernabé: “Volvamos a visitar a los creyentes en todas las ciudades en donde hemos predicado el evangelio, y veamos cómo están.” Resulta que Bernabé quería llevar con ellos a Juan Marcos, pero a Pablo no le pareció prudente llevarlo, porque los había abandonado en el viaje y no había terminado con ellos el trabajo. Se produjo entre ellos un conflicto que decidieron ir por caminos diferentes. Bernabé se llevó a Marcos y se embarcaron a la isla de Chipre, mientras que Pablo escogió a Silas el que había venido de Jerusalén hasta Antioquía. Los dos fueron a recorrer Asia Menor donde Pablo había visitado anteriormente. Visitaron también las iglesias que Pablo y Bernabé plantaron para animarlas a que siguieran firmes en el Señor. Cuando Pablo llegó a Derbe y Listra, se encontró con un discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente. Timoteo había oído la palabra de Dios desde niño y su corazón estaba entregado a Cristo, y todos los creyentes en Listra y en Iconio hablaban bien de él, así que Pablo le pidió que dejara su hogar para ir con él a predicar el evangelio.

De allí en adelante fueron compañeros de trabajo y buenos amigos, Pablo lo apreciaba mucho. Pablo, Silas y Timoteo recorrieron muchos lugares en Asia Menor predicando el evangelio y plantando iglesias. El Espíritu del Señor no les permitía ir a lugares donde no estaban listos para escuchar el evangelio. Bajaron a Troas, la cual estaba por el mar al lado opuesto de Macedonia en Europa. Durante su viaje a Troas, Pablo tuvo una visión en la que un hombre de Macedonia, puesto de pie le rogaba: “Pasa a Macedonia y ayúdanos.” Después de que Pablo tuvo la visión, en seguida fueron hacia Macedonia, convencidos de que Dios les había llamado para compartir el evangelio de Cristo a los macedonios. Tan pronto como pudieron encontrar un barco lo zarparon; Lucas el doctor estaba con Pablo también. Lucas se quedó con Pablo por muchos años, Pablo le apodó “el doctor adorado.” Más adelante, Lucas escribió dos libros en la Biblia: “El evangelio de Lucas, y Los hechos de los apóstoles.” Pablo y sus tres amigos zarparon de Troas y al tercer día llegaron a la ciudad de Filipos en Macedonia, en la que se quedaron por unos días. No había sinagoga ni muchos judíos en esa ciudad, el sábado salieron a las afueras de la ciudad, y fueron por la orilla del río para orar. Se sentaron y empezaron a platicar con las mujeres que se habían reunido. Una de ellas, que se llamaba Lidia, era de la ciudad de Tiatira y vendía telas de púrpura, buscaba al Señor sinceramente. El Señor le abrió el corazón para que respondiera al mensaje de Pablo acerca de Cristo. Fue bautizada junto con toda su familia, siendo la primera que obedeció al Señor en toda Europa. Lidia les dijo: “Si ustedes me consideran creyente en el Señor, vengan a hospedarse en mi casa.” Lidia insistió que se quedaran en su casa en lo que estaban en la ciudad.

Hubo una vez cuando iban al lugar de oración, se encontraron a una joven esclava que tenía un espíritu de adivinación. Con sus poderes ganaba mucho dinero para sus amos. Tan pronto como vio a Pablo y a sus amigos, gritó: “Estos hombres son siervos de Dios Altísimo, y les traen a ustedes el camino de salvación.” Así continuó durante muchos días. Por fin Pablo se molestó tanto que se volvió y reprendió al espíritu: “¡En el nombre de Jesucristo, te ordeno que salgas de ella!” Y en aquel mismo momento el espíritu la dejó. Cuando los amos de la joven se dieron cuenta de que se les había esfumado la esperanza de ganar dinero, echaron mano a Pablo y a Silas y los arrastraron a la plaza, ante las autoridades: “Estos hombres son judíos, y están alborotando a nuestra ciudad, enseñando costumbres que a los romanos se nos permite practicar." Pusieron a la multitud contra de ellos y los líderes queriendo complacer a la gente, mandaron que les arrancaran la ropa y los azotaran. Después de darles muchos golpes, los echaron en la cárcel, y ordenaron al carcelero que los cuidara con la mayor seguridad. Al recibir tal orden, éste los metió en el calabozo interior y les sujetó los pies en el cepo.

A eso de la medianoche, Pablo y Silas se pusieron a orar y a cantar himnos a Dios, y los otros presos los escuchaban. De repente se produjo un terremoto tan fuerte que la cárcel se estremeció hasta sus cimientos. Al instante se abrieron todas las puertas y a los presos se les soltaron las cadenas, los cuales pudieran haber escapado sino hubieran tenido miedo. El carcelero despertó y, al ver las puertas de la cárcel abiertas, sacó la espada y estuvo a punto de matarse, porque pensaba que los presos se habían escapado, (en la ley romana, si al carcelero se le escapaban los presos, el carcelero debía morir). Pero Pablo le gritó: “¡No te hagas ningún daño, todos estamos aquí!” El carcelero pidió luz, entró rápidamente y se echó temblando a los pies de Pablo y de Silas. Luego los sacó y les preguntó: “Señores, ¿qué tengo que hacer para ser salvo?” Le contestaron: “Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos.” A esas horas de la noche, el carcelero se los llevó y les lavó sus heridas; en seguida fueron bautizados él y toda su familia. El carcelero los llevó a su casa, les sirvió de comer y se alegraron mucho en el Señor con toda su familia por haber creído en Cristo. Los dirigentes de la ciudad sabían que fue injusto lo que les hicieron a Pablo y a Silas al azotarlos y encarcelarlos sin proceso alguno.

Ellos no solamente eran judíos sino que eran ciudadanos romanos y eso era un delito. Por la mañana siguiente los dirigentes mandaron a un guardia con esta orden: “Suelta a esos hombres.” Entonces el guardia le informó a Pablo: “Los dirigentes han ordenado que los suelte. Así que pueden irse, vayan en paz.” Pero Pablo respondió a los guardias: “¿Cómo? Nosotros, somos ciudadanos romanos, y nos han azotado públicamente y sin proceso alguno, y nos han echado en la cárcel, ¿ahora quieren sacarnos a escondidas? ¡Nada de eso! Que vengan ellos personalmente a llevarnos hasta la salida." Los guardias comunicaron la respuesta a los dirigentes. Estos se asustaron cuando oyeron que Pablo y Silas eran ciudadanos romanos, así que fueron a disculparse y los escoltaron desde la cárcel, pidiéndoles que se fueran de la ciudad. Al salir de la cárcel Pablo y Silas se dirigieron a la casa de Lidia, donde se vieron con los hermanos, los animaron y después se fueron. De allí en adelante hubo una iglesia en Filipos; Pablo quiso mucho a esta iglesia y más adelante escribió la “Epístola (carta) a los Filipenses."