El camino a casa
LOS PRIMEROS MISIONEROS

Historia 9 – Hechos 11:19-30; 13:1-14:28
Hemos visto como después de la muerte de Estaban, todos lo que habían huido de Jerusalén fueron por todas partes con el evangelio de Jesús. Algunos de estos hombres fueron hasta Antioquía en Siria, la cual estaba en el norte, a doscientas cincuenta millas de Jerusalén. Al principio, el mensaje se lo daban solamente a los judíos; y los gentiles, al oír las buenas nuevas querían ser incluidos también. Así que comenzaron a enseñarles a los gentiles cómo podían ser salvos por medio de Jesucristo. El Señor estaba bendiciendo su evangelio, en poco tiempo muchos judíos y gentiles se convirtieron a Cristo. Como resultado de esto, empezó una iglesia en Antioquía de Siria donde judíos y gentiles adoraban juntos sin pensar que en algún tiempo, judíos y gentiles habían estado separados. La noticia de esto llegó a la iglesia de Jerusalén y no sabían si era correcto de que judíos y gentiles pudieran adorar juntos en la iglesia. Para aclarar este problema, decidieron mandar a un hombre sabio para que fuera a la iglesia de Antioquía así que decidieron mandar a Bernabé, ¿lo recuerdas? Era un hombre fiel y había donado su tierra a los pobres y él fue el que trajo a Saulo ante los discípulos cuando le tenían miedo. Bernabé comenzó su largo viaje de Jerusalén a Antioquía y cuando llegó y vio los nuevos discípulos tan firmes en el amor de Cristo y llenos de fe, se alegró y animó a todos a que siguieran fieles al Señor, pues él era un hombre bueno, lleno de fe y del Espíritu Santo.

La iglesia en Antioquía estaba creciendo rápidamente que necesitaban líderes y maestros. Bernabé pensó en Saulo, el que anteriormente había sido un enemigo, mas ahora él era un seguidor de Cristo. Bernabé fue a Tarso en busca de Saulo, donde este había crecido. Lo llevó a Antioquía donde los dos enseñaron a mucha gente. Fue en Antioquía donde a los discípulos se les llamó “cristianos” por primera vez.

Por aquel tiempo Dios mandó de Jerusalén a unos hombres a los que Dios les había revelado el futuro para que fueran a Antioquía. A estos hombres se les llaman “profetas”, los cuales traen mensajes de Dios. Uno de ellos llamado Ágapo, predijo por medio del Espíritu de Dios que iba a haber una gran hambre en todo el mundo, lo cual sucedió durante el reinado de Claudio, emperador de Roma. Hubo una escasez en todos lados. Cuando los hermanos en Cristo de Antioquía se dieron cuenta que los hermanos en Jerusalén estaban en gran necesidad, decidieron que cada uno de los discípulos enviara ayuda según sus recursos. Mandaron su ofrenda con Saulo y Bernabé a la iglesia donde se quedaron por algún tiempo. Cuando regresaron a Antioquía, venía con ellos Juan Marcos, el hijo menor de María. ¿La recuerdas de nuestra historia anterior? Pedro fue a la casa de María después que había salido de la prisión. Tiempo después el Señor llamó a Saulo y Bernabé para que fueran a predicar el evangelio a otros lugares. En una ocasión, mientras algunos miembros de la iglesia estaban orando, el Espíritu del Señor les dijo: “Apártenme a Bernabé y a Saulo para el trabajo al que los he llamado.” Así que los líderes de la iglesia de Antioquía impusieron las manos en las cabezas de Bernabé y de Saulo, y los mandaron. Con ellos iba el joven Juan Marcos. Bajaron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre. Al llegar a esa isla, predicaron la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos.

Recorrieron toda la isla hasta Pafos, allí encontraron al gobernador llamado Sergio Paulo. El gobernador era un hombre bueno, mandó a llamar a Bernabé y a Saulo para escuchar la palabra de Dios. Junto con él se encontraba un falso profeta judío llamado Elimas el cual se oponía y procuraba apartar de la fe al gobernador. Entonces Saulo lleno del Espíritu Santo, clavó los ojos en Elimas y le dijo: “¡Hijo del diablo y enemigo de toda justicia, lleno de todo tipo de engaño y de fraude! ¿Nunca dejarás de torcer los caminos rectos del Señor? Ahora la mano del Señor está contra ti; vas a quedar ciego y por algún tiempo no podrás ver la luz del sol.” Al instante cayeron sobre él sombra y oscuridad, y comenzó a buscar a tientas para que alguien lo llevara de la mano. Al ver lo sucedido, el gobernador creyó, maravillado de la enseñanza acerca del Señor y de su evangelio. Por primera vez a Saulo se le llamó “Pablo”, ya no era Saulo, sino “el apóstol Pablo”, él tenía todo el mismo poder que tenían Pedro, Juan y los otros apóstoles.

De la isla de Chipre Pablo, Bernabé y Juan Marcos viajaron por mar y llegaron a Perge de Panfilia. Juan se separó de ellos y regresó a Jerusalén; ellos por su parte, siguieron su viaje a la Asia Menor y llegaron a la ciudad de Antioquía de Pisidia. Esta no era Antioquía en Siria de la cual ellos venían, era otra región. Entraron en la sinagoga y empezaron a predicar tanto a judíos como a gentiles. Muchos de los judíos no creyeron lo que Pablo les decía, sin embargo, un gran número de los gentiles creyeron y se convirtieron a Cristo. Esto hizo que los judíos se enojaran mucho, así que demandaron que los jefes de la ciudad se pusieran en contra de Pablo y Bernabé para correrlos de la ciudad. Pablo y Bernabé entraron en Iconio a predicar el evangelio a judíos y gentiles. Lo predicaron con tanta fuerza que ambos creyeron en Cristo. Los judíos incrédulos estaban en contra de Pablo y Bernabé, juntaron a mucha gente con la esperanza que los aprendieran y pudieran matarlos. Pablo y Bernabé se dieron cuenta lo que sus enemigos estaban planeando y sabiendo que la iglesia estaba bien plantada y su trabajo en Iconio había terminado, se fueron de la ciudad silenciosamente.

El apóstol Pablo y Bernabé fueron a Licaonia y predicaron el evangelio en la ciudad de Listra donde había pocos judíos. Ellos comenzaron a predicar a la gente en Listra los cuales adoraban ídolos. Entre ellos había un hombre lisiado de nacimientos que no podía mover las piernas y nunca había caminado. Pablo notó que el hombre tenía fe para ser sanado, le ordenó con voz fuerte: “¡Ponte de pie y enderézate! El hombre saltó y empezó a caminar. Al ver lo que Pablo había hecho, la gente comenzó a gritar en el idioma de Licaonia: “¡Los dioses han tomado forma humana y han venido a visitarnos!” Pensaron que Bernabé era Júpiter, a quien adoraban como el más grande de sus dioses; y a Pablo lo llamaban Mercurio, porque era el que dirigía la palabra, el mensajero de los dioses. El sacerdote de Júpiter, el dios cuyo templo estaba a las afueras de la ciudad, llevó toros y guirnaldas a las puertas y, con toda la multitud, quería ofrecerles sacrificios como dioses. Les llevo tiempo a Pablo y a Bernabé en entender lo que la gente trataba de hacer.

Cuando se dieron cuenta que traían sacrificios en su honor, se lanzaron a la multitud gritando: “Señores, ¿por qué hacen esto? Nosotros también somos hombres mortales como ustedes. Las buenas nuevas que les traemos es que dejen estas cosas sin valor y se vuelvan al Dios viviente, que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos. Dios es el dador de todo lo bueno para ustedes, dándoles lluvia del cielo y estaciones fructíferas, dándoles comida y alegría de corazón.” A pesar de todo lo que dijeron, a duras penas evitaron que la multitud les ofreciera sacrificios. En eso llegaron de Iconio unos judíos que hicieron cambiar el parecer de la multitud. Apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad creyendo que estaba muerto. Pero cuando lo rodearon los discípulos, él se levantó y volvió a entrar en la ciudad. Al día siguiente, partió para Derbe en compañía de Bernabé. Después de compartir las buenas nuevas en aquella ciudad y de hacer muchos discípulos, Pablo y Bernabé regresaron a Listra en Licaonia, a Iconio, a Antioquía en Pisidia y en Perga Panfilia. Visitaron las iglesias que habían plantado fortaleciendo a los discípulos y animándolos a seguir la fe. “Es necesario pasar por muchas dificultades para entrar en el reino de Dios, pero Dios los va a recompensar.”