El camino a casa
COMPARTIENDO A CRISTO EN UN CARRO
Historia 5 – Hechos 8:4-40
La primera iglesia de los creyentes en Cristo había sido dispersada y todos los miembros partieron a diferentes lugares gracias a la furia de su enemigo, un joven llamado Saulo. Por donde quiera que iban llevaban con ellos el evangelio de Cristo. Muy pronto otras compañías de creyente comenzaron a surgir a través de la tierra. Varias iglesias reemplazaron a la iglesia de Jerusalén; estas estaban en ciudades cercanas y en la región de Judea. Todo el odio que Saulo tenía por Cristo, ayudó a difundir el evangelio de Cristo. Felipe era uno de los que se dispersaron, él estaba a cargo de los pobres junto con Esteban. Felipe fue a la ciudad de Samaria, ahí él empezó a decirle al pueblo de Cristo. La gente de esa ciudad no eran judíos, eran de una raza llamada “samaritanos”. -“¿Recuerdas cuando Jesús estaba platicando con la mujer samaritana en el pozo de Abraham?” Judit dijo que sí. “Bien, ella era de la misma raza”-
El Señor le dio a Felipe el poder para hacer maravillas entre los samaritanos. Los espíritus malignos salían a su mandato, un gran número de paralíticos y cojos quedaban sanos. Los samaritanos pusieron su fe en Dios al ver todos los milagros de Felipe. Muchos de ellos creyeron en Cristo y se bautizaron, aquella ciudad se llenó de alegría.
En ese entonces había un hombre llamado Simón que le gusta practicar la hechicería y asombraba a la gente de Samaria. Pero cuando Simón vio los milagros que Felipe podía hacer con el poder de Dios, se dio cuenta que eran más poderosos que los que él hacía. Simón creyó y se bautizó pero, su corazón no había cambiado, quería saber más a fondo de la magia de Felipe ya que era mejor que su propia. Después de un tiempo, Saulo dejó de dar problemas en Jerusalén y algunos de los creyentes pudieron regresar a la ciudad. Una nueva iglesia empezó a crecer ahí mismo, aunque no llegó al mismo número de la iglesia en los primeros días. Buenas noticias les llegaron a los apóstoles acerca del trabajo que Felipe estaba haciendo en Samaria, así que mandaron a Juan y Pedro a visitar a la nueva iglesia. Cuando Pedro y Juan llegaron a Samaria, se alegraron de ver cuántos creyentes había ahí y la fe que tenían. Oraron para que el mismo poder del Espíritu Santo que les llegó a los discípulos en Jerusalén, les llegase en Samaria. Entonces Pedro y Juan les impusieron las manos, y ellos recibieron el Espíritu Santo. Al ver Simón que mediante la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero y les dijo: “Denme también a mí ese poder, para que todos a quienes yo les imponga las manos reciban el Espíritu Santo."
Pedro le contestó: “¡Que tu dinero perezca contigo, porque intentaste comprar el don de Dios! Tu corazón no está bien delante de Dios; por eso, arrepiéntete de tu maldad y ruega al Señor que te perdone. ¡Veo que vas camino a la amargura y a la esclavitud del pecado!” Simón no pudo entender estas palabras pero, respondió: “Rueguen al Señor por mí para que no me pase nada de lo que han dicho."
Después de predicar la palabra del Señor, Pedro y Juan se regresaron a Jerusalén. La obra de Felipe había terminado en Samaria. Un ángel del Señor le dijo a Felipe: “Ponte en marcha hacia el sur, por el desierto que baja a Gaza." Este era un camino que pasaba por un área aislada. Sin embargo, Felipe obedeció al Señor y emprendió su viaje, y en lo que estaba viajando se encontró con un etíope eunuco que iba en su carruaje. Este hombre era de Etiopía, sur de África, era un alto funcionario encargado de todo el tesoro de la reina. Él no era judío pero había viajado a Jerusalén en su carro para adorar a Dios y, en el viaje de regreso a su país, iba sentado en su carro, leyendo el libro del profeta Isaías. El Espíritu le dijo a Felipe: “Acércate y júntate a ese carro.” Felipe se acercó de prisa al carro y le preguntó si entendía lo que estaba leyendo. El hombre le contestó: “¿Y cómo voy a entenderlo si nadie me lo explica, podría explicármelo?” Así que invitó a Felipe a subir a su carro. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era de Isaías: “Como oveja, fue llevado al matadero; y como cordero que enmudece ante su trasquilador, ni siquiera abrió su boca. ¿Quién describirá su descendencia? Porque su vida fue arrancada de la tierra.” Esta profecía habla de Jesús, hecha hace cienes de años antes de su nacimiento. Con esas palabras, Felipe empezó a darle las buenas nuevas de Cristo y el hombre retuvo todas las palabras dichas en su corazón. Mientras iban por el camino, llegaron a un lugar donde había agua, y dijo el eunuco: “Mire usted, aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?” Felipe le contestó: “Si cree usted de todo corazón, bien puede.” “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios” contestó el hombre. Entonces mandó parar el carro, y ambos bajaron al agua, y Felipe lo bautizó. Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor se llevó de repente a Felipe. El eunuco no volvió a verlo, pero siguió su camino a casa alegre en el Señor. En cuanto a Felipe, apareció en Azoto, y se fue predicando el evangelio en todos los pueblos hasta que llegó a Cesarea donde se quedó por varios años.